5º Historia del Arte, ULL
Esther Ferrer: sobre la foto truncada
PINO MONTERREY YANES
ESTHER FERRER
Sobre la foto
Sala de Arte La Recova
Santa Cruz de Tenerife
La obra fotográfica de Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) atraviesa distintas facetas de su proceso creativo a la manera de un breve compendio de su vida y obra. Desde que Hyppolyte Bayard, en los orígenes mismos de la fotografía, inaugurara un nuevo género de fabricación de mentiras, el autorretrato se ha patentado a lo largo de su corta historia por su alto valor de autosignificación. Doble presencia del artista en una suerte de desdoblamiento personal: Esther Ferrer dentro y fuera de la fotografía. Sobre la foto ha conducido el individualismo inherente a todas las vanguardias a su expresión más radical. “Autorretrato con círculo rojo” supone una triple reiteración del marco visual de su rostro, que se multiplica por todas partes, su foto-mirada nos acecha por todos los rincones del espacio expositivo, imposible deshacerse de ella. La falta de datación de sus obras –¿descuido consciente del comisario Carlos Díaz Bertrana?– forma parte de su discurso expositivo, la fotografía como máquina registradora de las transformaciones de su rostro, memoria vital-documental del paso del tiempo pero no de sus efectos devastadores: el rictus severo de su boca permanece inmutable, sus ojos siguen manteniendo su halo desangelado. El trasvase comunicativo inherente al lenguaje fotográfico ha sido desmantelado, la foto nace y muere en su lugar de origen: la autocomplacencia de la artista.
Esther Ferrer, que nunca fue una fotógrafa en el sentido estricto de la palabra, define la fotografía por su carácter integrador. El soporte no es un medio de expresión pasivo, la autora participa con su puño y letra sobre el resultado, retuerce las mil posibilidades que ofrece el papel fotográfico a través del collage, el fotograma o la intromisión de elementos pictóricos, sumándose a la búsqueda secular de la humanización de la fotografía. Sobre la foto plantea fórmulas revisionadas en un pasado no muy lejano pero sin el mayor éxito de realización formal. No basta con la idea y su perfil provocador. A Esther Ferrer le falla la técnica aunque una deliberada despreocupación por el resultado final emane de su corpus teórico.
Nuestra autora se identifica como fiel heredera y salvaguarda de los supuestos libertarios que arrancaron del dadaísmo para germinarse en la Internacional Situacionista y que el grupo ZAJ haría suyos a mediados de los anquilosados años sesenta en España. Desde entonces performance e instalaciones han saturado el mercado artístico. En su afán de notoriedad, oleadas de jóvenes artistas han intentado transgredir al precio que fuera. Esther Ferrer, funambulista del arte, ha dado la vuelta al mundo para exhibir en galerías y museos de renombre internacional una variante burda de los objet trouvé de los surrealistas. Infinidad de objetos han hecho equilibrio sobre su cabeza. Pasen y vean: tubérculos de todas las condiciones se han convertido en el real estandarte del esnobismo más puro y duro. Pero todo tiene un límite.
PINO MONTERREY YANES
ESTHER FERRER
Sobre la foto
Sala de Arte La Recova
Santa Cruz de Tenerife
La obra fotográfica de Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) atraviesa distintas facetas de su proceso creativo a la manera de un breve compendio de su vida y obra. Desde que Hyppolyte Bayard, en los orígenes mismos de la fotografía, inaugurara un nuevo género de fabricación de mentiras, el autorretrato se ha patentado a lo largo de su corta historia por su alto valor de autosignificación. Doble presencia del artista en una suerte de desdoblamiento personal: Esther Ferrer dentro y fuera de la fotografía. Sobre la foto ha conducido el individualismo inherente a todas las vanguardias a su expresión más radical. “Autorretrato con círculo rojo” supone una triple reiteración del marco visual de su rostro, que se multiplica por todas partes, su foto-mirada nos acecha por todos los rincones del espacio expositivo, imposible deshacerse de ella. La falta de datación de sus obras –¿descuido consciente del comisario Carlos Díaz Bertrana?– forma parte de su discurso expositivo, la fotografía como máquina registradora de las transformaciones de su rostro, memoria vital-documental del paso del tiempo pero no de sus efectos devastadores: el rictus severo de su boca permanece inmutable, sus ojos siguen manteniendo su halo desangelado. El trasvase comunicativo inherente al lenguaje fotográfico ha sido desmantelado, la foto nace y muere en su lugar de origen: la autocomplacencia de la artista.
Esther Ferrer, que nunca fue una fotógrafa en el sentido estricto de la palabra, define la fotografía por su carácter integrador. El soporte no es un medio de expresión pasivo, la autora participa con su puño y letra sobre el resultado, retuerce las mil posibilidades que ofrece el papel fotográfico a través del collage, el fotograma o la intromisión de elementos pictóricos, sumándose a la búsqueda secular de la humanización de la fotografía. Sobre la foto plantea fórmulas revisionadas en un pasado no muy lejano pero sin el mayor éxito de realización formal. No basta con la idea y su perfil provocador. A Esther Ferrer le falla la técnica aunque una deliberada despreocupación por el resultado final emane de su corpus teórico.
Nuestra autora se identifica como fiel heredera y salvaguarda de los supuestos libertarios que arrancaron del dadaísmo para germinarse en la Internacional Situacionista y que el grupo ZAJ haría suyos a mediados de los anquilosados años sesenta en España. Desde entonces performance e instalaciones han saturado el mercado artístico. En su afán de notoriedad, oleadas de jóvenes artistas han intentado transgredir al precio que fuera. Esther Ferrer, funambulista del arte, ha dado la vuelta al mundo para exhibir en galerías y museos de renombre internacional una variante burda de los objet trouvé de los surrealistas. Infinidad de objetos han hecho equilibrio sobre su cabeza. Pasen y vean: tubérculos de todas las condiciones se han convertido en el real estandarte del esnobismo más puro y duro. Pero todo tiene un límite.
La fatalidad, signo recurrente de nuestra época, envuelve el destino último de los movimientos antiarte: la absorción por parte de los canales mercantiles del arte de sus elementos hostiles. Sus pioneros ahogan su sentido primigenio dentro de sus propias contradicciones. El performance, recluido entre cuatro paredes por su más fiel carcelera –devota y practicante Esther Ferrer-, partícipe de la institucionalización de la libertad creativa, ha agotado sus vías de expresión artística. El espíritu de John Cage ha sido aprisionado en los museos, la contemplación ha sustituido a la acción.